-¡Philippe, espera!- exclamó Aimée, algo agitada. -¿Qué pasa?- susurró su compañero.
Hubo un silencio. Ambos jóvenes se miraron a los ojos.
-¿Cuánto tiempo nos queda?-.
Philippe ladeó la cabeza, molesto. Se separaron, el muchacho encendió un cigarro mientras Aimée quedó acostada boca arriba, mirando fijamente las figuras que formaba la luz que entraba a través de la cortina en el techo.
Veinte horas y quince minutos...
-¿Tanto te importa, Aimée?-. -Por supuesto. Si voy a morir quiero pasar el tiempo que me queda haciendo algo más productivo que esto-.
Philippe aspiró por largo tiempo el cigarro y se tomó su buen tanto para botar el humo. Suspiró.
-¿Cómo qué, por ejemplo?-.
Aimée se acercó a él, tomó el cigarro que Philippe fumaba y se lo llevó a la boca. Aspiró y botó el humo un par de veces en silencio. El joven la miraba sin hablar. Poco a poco una nube grisácea fue impregnando la habitación. Cuando el cigarrillo iba a consumirse completamente, Aimée lo llevó hasta la mesa de noche y lo aplastó contra la madera.
-Si a fumar te referías, entre nicotina y oxitocina no hay por donde perderse, que quieres que te diga-. -¿Nunca has visto películas?, faltaba un cigarrillo para el después- soltó una risita traviesa -Quien sabe si puede ser el último-. -El último, y tú me lo quitas- Philippe hizo una mueca de disgusto. -Hay más sobre la mesa de la televisión. Si no me equivoco queda la mitad-.
Philippe se levantó de la cama y se puso un par de shorts que habían quedado abandonados en el suelo, camino hasta la mesa de la TV y sacó del lado una cajetilla. Cuando la abrió se percató que adentro no quedaba más que un cigarrillo. Prefirió guardar silencio y dejó la cajetilla en su lugar. Se acercó a la ventana y abrió las cortinas para dejar salir la cargada atmósfera de tabaco que habían dejado, dejando entrar también la poca luz que quedaba de aquel día que terminaba. El cielo presentaba un color anaranjado, salpicado de nubes rojizas. Philippe se quedó de pie junto a la ventana, apoyándose en el marco, contemplando el atardecer. Aimée se acurrucaba entre las sábanas de aquella desordenada cama de dos plazas, abrazando la almohada, y miraba el paisaje a lo lejos.
-Hermoso atardecer ¿no?-. -Bellísimo. Lástima que queden pocos atardeceres para la humanidad-. -Podría ser el último atardecer. Y el definitivo-.
La muchacha se levantó, cubriéndose el cuerpo con una sábana que quitó de la cama. Se dirigió hacia la ventana y se ubicó junto a Philippe. Ambos miraban el cielo en silencio.
-Yo siempre quise morir en mi cama, con varios años encima, mientras dormía una siesta después de una comida-. -Yo siempre creí que iba a morir sola, en la cama de algún hospital-.
Aimée suspiró con pesar. Luego hubo una larga pausa.
-Para mí, eso de la muerte tranquila no existe-. -Aimée...-.
La joven bajó la vista.
******** -¡Basta!... ¡Esto ha sido demasiado!-.
Los gritos de una mujer acompañados de sus pasos cortos y rápidos contra el suelo agitaban el corazón de una pequeña, que observaba la situación desde el comedor. Estaba sentada en silencio, tratando de concentrar la atención en su plato de sopa de letras. Escribía una y mil veces su nombre en el plato, además de los nombres de sus padres, amigos y otras palabras incoherentes. A la voz de su madre se sumaba una voz grave, masculina, además de los golpes que éste daba a la puerta, la pared, entre otros objetos.
-¡Estoy cansada de que me trates como si fuera de tu propiedad!... ¿tú crees que yo no tengo sentimientos?-. -¿De que sentimientos me hablas?... cuando eres incapaz de mostrarme alguna actitud de aprecio, después de todo lo que he hecho por ti-. -Si, claro...- contestó su esposa, sarcástica – No sabes cuanto te agradezco que me hayas engañado con otra mujer. Pero se acabó. No seguiré soportándolo más. Vete a vivir con esa puta, o búscate otra si quieres. Dos, tres, cuatro, mil quinientas... no me importa. Pero no me pidas nada más a mi, porque me cansé de tener que tragarme la rabia que siento cada vez que me humillas, cada vez que me tratas como servidumbre y cada vez que tienes un problema y llegas a descargarte con tu familia... ¡Se acabó!-.
Su marido la tomó por las muñecas con violencia, forzándola a mirarlo a los ojos.
-¡A ver, Juliette... basta!. No puedes llegar y echarme a la calle porque esta casa es mía, porque esta es mi familia y porque tú eres mi mujer-.
Dicho esto soltó las muñecas de su esposa y la golpeó en el rostro. La mujer cayó sobre una cama. La niña que estaba en el comedor se tomó la cabeza con las manos cubriendo sus oídos, tratando de escapar del ruido infernal de aquella violenta discusión que, pese a estar acostumbrada a oir, esta vez se había prolongado e intensificado más de lo normal.
-Basta... basta por favor...- murmuró para si misma.
Gritos, golpes y un disparo. Silencio.
-¿Mamá, papá?-.
La pequeña se levantó de su silla, aterrorizada. Caminó lentamente hasta la habitación de sus padres. Se asomó por el umbral de la puerta casi sin respirar. En la gran casa de dos plazas, además de ropa tirada, cojines y objetos de todo tipo, yacía su madre acostada boca arriba. Tenía el pecho perforado por un impacto de bala, las ropas enrojecidas por su propia sangre, manchando el cobertor. Sus ojos abiertos como platos, eternamente fijos y la boca entreabierta, como si hubiese tenido algo que decir antes de morir. Sus mejillas seguían húmedas, llenas de magulladuras. Sentado junto a ella estaba su padre, mirando fijamente al suelo. Tenía la camisa salpicada con sangre y en las manos sujetaba una pistola calibre 45. La niña se conmocionó, de sus ojos escaparon lágrimas.
-¡Mamá!-.
Su padre levantó la cabeza y la miró fijamente. La pequeña se llevó las manos a la boca y lo miró a los ojos, presa del miedo.
-Aimée... lo siento...-.
El hombre se llevó la pistola a la cabeza, presionando el cañón contra su sien derecha, y apretó el gatillo. La pequeña Aimée se quedó muda, asustada, conmocionada y sola.
********
Philippe observó en silencio a su compañera. Aimée dejó escapar un suspiro antes de llevarse una mano a la cabeza.
-Mi madre me contaba cuando yo era niña... que ella quería morir en su cama, rodeada de hijos y nietos, en paz. Mi padre no se lo permitió-. -Lo siento, Aimée-. -Después de la muerte de mis padres estuve seis meses en el hospital... amarrada en una cama, llamando a mis padres, murmurando tonterías, gritaba por las noches. Cada vez que sentía un ruido demasiado fuerte, entraba en pánico... lloraba. Llegaban enfermeras de todos lados a tratar de controlarme. Terminaban por inyectarme algún sedante, así lograban tranquilizarme. Muchas veces pensé que moriría allí encerrada. Deseaba que algún día los doctores se equivocaran, que me inyectaran más sedante del necesario, así podría descansar-.
Ambos jóvenes se quedaron en silencio. Philippe la abrazó con fuerza y le besó la frente. Luego se marchó por unos segundos, regresando con un vaso de agua, el cual ofreció a su compañera. Aimée tomó un sorbo, luego prosiguió.
-Estuve a punto de volverme loca. Luego de un tiempo en el hospital logré aceptar el hecho de que era huérfana, que mis padres habían muerto de aquella forma, y salí de allí. Me llevaron con mis tías, quienes trataron de darme la mejor vida posible, me entregaron su cariño y su comprensión. Luego comenzaron a nacer mis primos, yo tenía alrededor de 11 años...-.
Aimée sollozó, dejando salir unas pocas lágrimas. Philippe la rodeó con un brazo y le acarició una mano. La joven tomó un largo trago de su vaso de agua.
-El solo hecho de ver a mis primos tan felices con sus familias me partía el alma. Me llené de pena y de rabia. Pero mis primos no tenían ninguna culpa, tampoco mis tías, que me lo habían dado todo para tratar que yo fuera feliz, así que decidí partir y dejar de ser una molestia para ellos. A los dieciséis años dejé la casa y comencé a trabajar en un restaurante-.
Aimée tomó agua otra vez hasta terminar el vaso, que dejó en el suelo.
-Y ahí fue cuando te conocí- agregó Philippe, abrazándola.
La joven enmudeció, lo abrazó y le besó una mejilla.
Veinte horas y cincuenta y dos minutos.
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La segunda parte UP! xD
Mood: Somnolienta =___= Listening: Paramore - Misery Business
Se rompió el silencio a las 1:02 a. m.
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