La tenue luz solar iluminaba progresivamente la oscura habitación a través de las cortinas que colgaban frente a la ventana abierta, la cual dejaba entrar una suave brisa que aminoraba el intenso calor de verano que podía sentirse, incluso de madrugada.
Una mano se movió entre las sábanas de una gran cama desordenada. Corriéndolas de tal modo que su cabeza quedáse descubierta, ordenando improvisadamente con los dedos su larga cabellera, quitándose algunos mechones rebeldes del rostro. Estiró el brazo hacia la pequeña mesa de noche para tomar el reloj despertador. Aún con la vista nublada por el sueño, le echó un vistazo.
Dieciocho horas con cuarenta y siete minutos...
-Dieciocho horas con cuarenta y siete minutos- murmuró en la oscuridad.
Una sombra se movió lentamente junto a ella, incorporándose para quedar sentada. Se llevó los brazos a la cara, restregándose los ojos y bostezó levemente.
-¿Qué dijiste?- le preguntó con una voz grave. -Son casi diez para las siete de la tarde-.
Silencio. El joven echó un vistazo a las cortinas, que apenas dejaban pasar lo poco y nada que había de luz diurna. Luego dirigió la mirada al reloj despertador que su compañera tenía en las manos, que marcaba la hora con grandes números rojos.
-Créeme que si no estuviéramos viviendo en el mundo en que estámos ahora, te diría que tiraras esa porquería-.
La joven suspiró con pesar. El muchacho se acercó lentamente, rodeándola con un brazo.
-¿Veinticuatro horas, Aimée?-. -Tal vez menos... quien sabe si en una hora más-.
El muchacho la atrajo hacia sí y le besó la mejilla. Aimée cerró uno de sus ojos, mientras que con el otro mantenía la vista fija en el reloj. Dieciocho horas y cuarenta y nueve minutos. Algo le cubrió la vista... el joven esta vez la abrazó y la besó en los labios. El reloj cayó al suelo y rodó hasta quedar abandonado bajo la cama, marcando las dieciocho horas y cincuenta minutos.
~~~~
-Basta, Philippe... No puedo... de verdad-.
Aimée se apartó con suavidad y se sentó nuevamente en la cama, abrazando la almohada. Su compañero la observó, suspirando resignado.
-¿Qué pasa?-.
La joven se llevó ambas manos al rostro.
-Perdóname, Philippe... -.
Philippe le tomó una mano y la sujetó entre las suyas. Aimée lo miró a los ojos.
-¿Te parece si vemos televisión?-. -Está bien...-.
Philippe tomó el control remoto, que se encontraba en la otra mesa de noche, y encendió la televisión. En la pantalla apareció una mujer sentada en un mesón vestida de riguroso gris. Tenía el cabello claro y corto hasta los hombros. Tras ella se veía una pantalla que mostraba la imagen de un cielo rojizo cubierto con algunas pocas nubes de color salmón y cruzado por numerosos cometas de reducido tamaño que iban dejando estelas de fuego. Bajo aquella bóveda escarlata se apreciaba una gran ciudad, que se veía pequeña si se veía al lado de aquel impresionante cielo, cuyas características rompían con todos los esquemas que representaban lo normal.
-Ya muchas naciones alrededor del mundo han sentido en carne propia la magnitud de la lluvia de cometas que no ha dado tregua al planeta Tierra en las últimas horas. Se registró la caída de miles de rocas espaciales en lugares como Estados Unidos, ambas Coreas, Japón, Inglaterra, Finlandia, Suecia, Noruega, Rusia, China y Canadá, y en este preciso momento caen asteroides sobre el Hemisferio Sur, citamos las regiones de Australia, Sudáfrica y Sudamérica.
Aimée apretó con fuerza la mano de Philippe. Éste acarició su mejilla y le besó la frente.
-Muchas de estas rocas han caído en el mar provocando maremotos y la subida del nivel del mar, que traen como consecuencia numerosas inundaciones y la desaparición de algunas islas. Ya casi no queda nada de lo que hasta hace pocas horas fue la Polinesia, Melanesia y otras regiones de Oceanía. ¿Es éste el fin del mundo?, ¿encontrará la humanidad su muerte en las próximas horas?-.
Al notar que su compañera evitaba mirar la pantalla, Philippe apagó la televisión. La oscuridad volvió a apoderarse del cuarto.
-Que ridículos son los noticiarios. Todos sabemos que vamos a morir, no le veo el gusto a seguir recordándoselo a las personas. Es más, dudo que alguien esté viendo televisión en este momento...-.
El sonido de un disparo la interrumpió. Un objeto pesado cayó bruscamente en el piso superior. Después de eso un silencio sepulcral. Aimée bajó la vista, desapareciendo de su rostro toda expresión.
-¿Que demo...?-. -Arriba- lo interrumpió Aimée. -¿Como dices?- se extrañó Philippe. -Ophelie. Se suicidó-.
Ambos se miraron en silencio. Al notar la expresión sorprendida de su compañero, Aimée aclaró:
-Su mayor temor era morir de alguna forma espantosa-. -Pero... ¿así?-. -En otros tiempos lo habría desaprobado, me sentiría pésimo por ella, pero en estas circunstancias es una buena opción... incluso me alivio por Ophelie-.
Aimée clavó la vista en el frasco de fármacos que reposaba en la mesa de noche. Lo tomó entre las manos y observó la etiqueta.
"Advertencia: La ingesta de este compuesto por sobre la dosis indicada puede ocasionar graves complicaciones e incluso la muerte. Mantener fuera del alcance de los niños."
-Tal vez... Ophelie tenga razón, tal vez sea lo menos complicado-.
Aimée observó a Philippe. Él estaba completamente conmocionado.
-¿Que sucede?- preguntó asustada. -¡Y aún me lo preguntas!- el joven golpeó las manos de su compañera, lanzando lejos el frasco de medicamentos, el cual se destapó dejando escapar varias pastillas que se esparcieron sobre las frías baldozas del suelo -¿Crees que te dejaría hacer una cosa así?-. -Philippe, en pocas horas...-.
El muchacho alzó la voz.
-¡No me importa si son pocas horas, un día entero, el resto de mi vida o diez minutos!...-.
Aimée se echó hacia atrás, asustada. Philippe la tomó por las muñecas, quedando ambos de rodillas sobre el colchón. Él la miró fijamente a los ojos y casi gritándole continuó:
-... El tiempo que me reste, da igual si es mucho, o es la nada misma... quiero pasarlo contigo, Aimée-.
Aimée enmudeció. Bajó la vista y dejó escapar un suspiro. Philippe la soltó y sujetando la cara de la joven pudo notar que estaba llorando.
-Perdóname... soy un idiota. No debí haber...-. -No, Philippe. Perdóname tú. Soy yo la idiota que piensa en estupideces, soy yo la cobarde que no quiere enfrentar su destino, soy yo la ciega a la cual no se le pasó ni por la antesala del cerebro que pese a todo el temor que sienta, en el fondo lo único que quiere es estar junto a ti... y soy yo la egoísta que busca escaparse sola, sin pensar en lo que suceda contigo si yo termino por matarme-.
Aimée abrazó la almohada y rompió a llorar. Philippe se le acercó y le acarició un hombro.
-Philippe...- dijo de repente la chica, cuando logró calmarse. -¿Uhm?- preguntó.
La joven lo miró fijamente a los ojos.
-Aún me amas, ¿cierto?-. -Sabes que sí, Aimée-.
Philippe la abrazó y la besó casi tan rápido como terminó la última frase. La muchacha cerró los ojos y se dejo llevar. El viento mecía las cortinas, a lo lejos se oía el ruido de un tren moviéndose a toda velocidad sobre los rieles, cruzando de un extremo a otro la gran ciudad, condenada a muerte.
Diecinueve horas y treinta y cinco minutos...
------------------------
Wii~ Por fin me llegó la inspiración xD!! Aunque no está completa... ¿Creían que eso era todo?. Pues se han equivocado, amigos míos... aún faltan horas en este cuento xD No sé que más escribir .__.U Me come la emoción... estoy inspirada de nuevo... puedo escribir *¬* *música de triunfo* xD!!
Ya me dejo de estupideces... Ojalá les haya gustado ^^
Mood: *¬* Listening: Linkin Park - Hit The Floor
Se rompió el silencio a las 8:56 p. m.
x
x
x
|